LA GENTE LLORA DESAPARECIDAS Y LA VECINDAD RESCATA ENSERES DEL LODO
Por Gaspar Reyes
SANTIAGO.- La quietud de la madrugada la rompió un salto de agua que anunció tragedia en Bella Vista, La Joya, Baracoa, Rafey y otras comunidades asentadas en la parte baja de Santiago. Carolina Mercedes Sepúlveda, cubierta con un abrigo prestado, dormía cuando la impetuosa chorrera se metió en el callejón donde vivía con sus tesoros, sus hijos de 10 y 12 años.
Ella vende pollos en el Hospedaje Yaque, el mercado popular de Santiago. Se desmayó cuando sintió el agua en la colchoneta. Su hermano Simón Sepúlveda la rescató y ella volvió a saber de sí misma horas después. A Carolina la despertó el llanto, la impotencia y la vocinglería de cientos de familias de Bella Vista. En una casa ajena la vistieron. Con las pupilas perdidas y una sombrillita casi de muñeca, sube y baja el sendero enlodado que llega al Yaque. Tiembla. Llora. No encuentra uno de sus hijos.
“Favor retirarse de la orilla del río”, insistía la bocina de un Policía. La gente no se inmutó, seguía sorda, caminando hacia el peligro con niños y niñas del brazo. Muchas familias se resisten a dejar sus enseres. Otras llegan a la zona afectada por curiosidad.
Los agentes de la Autoridad Metropolitana de Transporte (Amet) intentaban despejar el área, mientras camionetas y motoconchos cargaban abanicos, ropa y televisores escarbados en el fango que cubre lo que horas antes fueron hogares. Muchos retrataron el dolor circundante con modernos celulares. Ajena al click tecnológico se mantuvo Ángela Acosta, quien cargaba una funda de zapatos ensopados de lodo grisáceo y maloliente.
El llanto de Miguel Antonio Collado silenció la muchedumbre. En su casa eran ocho y ahora no se topa con nadie. La pena no lo deja hablar. Su madre, su padre y hermanos están en la lista de desaparecidos. Ni siquiera la hélice del helicóptero, sepulta sus gritos. “Yo me fui, la vaina vino de pronto”, dijo Miguel, obrero de un almacén, antes de correr hacia la camioneta donde el legista analizaba tres cadáveres.
Cuando llegó, rogó levantar la manta. Los cuerpos, hinchados y negros no eran de sus parientes, sino familiares de Diego Adames, quien lloraba incesantemente porque allí, tendida en la alfombra gris, dejada por el Yaque otrora “dormilón”, estaba su madre Lourdes Adames, un cuñado y un sobrino (Harrison) de 10 años. El cerco militar le permitió velar por su progenitora. No le quitaba la vista y de vez en cuando le acariciaba la mejilla sin dejar que los demás la curiosearan.
A quienes interrumpieron su dolor, les gritó “no me pregunten ná”. Quienes no cuentan El roce con el españolcibaeño, acentuó el verbo de Fito Cruz. El joven haitiano es maestro de pintura y vivía en una pensión que ya no existe. El río se la llevó junto a decenas de casas de la parte baja de Bella Vista. Junto a sus conciudadanos se mantiene a distancia de las familias dominicanas que lloran y cargan artículos domésticos.
Cruz aseguró a periodistas de diferentes medios
que la riada le arrebató 5 de sus compañeros, incluyendo una familia haitiana de 3 hijos y una mujer embarazada. Ellos eran asiduos visitantes del Club Ariel Acosta, arropado por el cauce. Allí jugaban fútbol. Ayer en la mañana se mantenían ajenos. Nadie los contó como víctimas o afectados, como si no existieran.
El agua siguió cayendo y asustó la vecindad. También corrió el rumor de que volverían a “soltar la presa”. Pensarlo atemorizaba a Carolina Rodríguez, a quien también se le fue la casa. “No me dio tiempo a sacar nada. Tengo tres hijos y lo mandé donde una amiga. Para mi aquí hay más de cien muertos”, expuso la mujer de 27 años, enojada porque “nos avisaron casi a las diez de la noche, cuando teníamos el río encima”.
Muy cerca de los envases de polvo Mexana regados en el pavimento, Rosina de Jesús, dama de 50 años residente en Hato del Yaque, al noroeste de Santiago, se lamentaba de que la situación era “otro problema para Leonel”.
Apenada porque el Presidente “que es tan bueno y da mucho que comer”, deba enfrentar (estuvo ayer en Santiago) este problema. Por eso, rogaba a Dios que “lo ayude a desenvolverse en esta desgracia”.
“Yo soy loca con Leonel, soy enferma con el Presidente. Leonel ha sido muy bueno con la gente. Esperamos que vuelva y vuelva”, vociferaba bajo el aguacero que arreció al mediodía.
LEGISLADOR
Julio César Valentín, presidente de la Cámara de Diputados, llegó a Bella Vista, su barrio, con zapatos de punta. El fango le manchó la pinta al legislador que llegó hasta el río y conversó con varias personas. Su séquito no le perdió ni pié ni pisá. Tampoco permitió que se mojara el pelo. Las lujosas ruedas y carrocería del yipetaje legislativo, contrastaban francamente con la pobreza, la soledad y el dolor reinante.
Lucrecia del Carmen Fernández seguía descalza cerca de Valentín. No se dejó llevar de la alharaca. Ella cuidaba el abanico, las sillas de hierro y la ropa de la casa cobijada de agua de su hermana Belkis. “Estamos sacando cositas a ver si algo se salva”, confesó.
El aire esparcía el olor a muerte. “Eso es material, la vida es lo más importante”, le insistía Andrés Luciano a unos jóvenes preocupados por el motor de un vehículo arrastrado. Rafael Porfirio Rodríguez, un moreno con cabeza nevada tomó la escoba de brillar pisos para barrer el lodo de su casa. Razones tenía para estar triste.
El agua llegó al techo y le mojó hasta los calzoncillos, pero, no había tiempo para que ganara la nostalgia. En casa de Porfirio se dañaron hasta las cortinas encargadas para Navidad. “La Defensa Civil avisó anoche, mucha gente corrió más arriba. Jamás pensamos que ese río llegaría hasta aquí”, expresó Dilenia, hija de Porfirio.